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EL SEIS DOBLE
miércoles, 11 de marzo de 2015
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 La energía nuclear es segura, ecológica y barata
Artículo de opinión de Pedro Domínguez

“Al menos eso es lo que dicen sus promotores...”


 

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Pedro Domínguez Gento
 

Un automóvil está formado por miles de piezas interconectadas que generan movimiento y otras utilidades, con el tiempo su desgaste y los errores de uso hacen inevitable que alguna falle, provocando averías e incluso accidentes, aunque la mayoría de éstos ocurren por errores humanos. Análogamente, una central nuclear está formada por millones de piezas y la controlan cientos deseres humanos, su potencia equivale a la de unos 50.000 automóviles y sus partes principales se hallan sometidas a condiciones extremas de presión, temperatura y radiactividad; de modo que las averías y los accidentes también son frecuentes, a pesar de todas las medidas de seguridad.

De hecho ya en 1.957 hubieron dos accidentes muy graves, uno en la URSS y otro en Inglaterra. Ese mismo año la Comisión de Energía Atómica (CEA) de EEUU encargó el informe Brookhaven para evaluar las consecuencias de un accidente máximo con pérdida de control y fusión del núcleo en una central nuclear pequeña, de 150 Mw, y alejada de una gran ciudad, a 50 km; el informe concluyó que se producirían miles de muertos, decenas de miles de heridos, cientos de miles de evacuados y millones de personas que deberían pasar controles médicos, además provocaría la contaminación de miles de km² y pérdidas económicas multimillonarias. En Alemania, el Ministerio del Interior y el Instituto para la Seguridad de los Reactores Nucleares encargaron otro estudio sobre las consecuencias del accidente máximo allí y las conclusiones fueron muy parecidas.

En 1.965 la CEA estadounidense hizo una revisión del primer informe, teniendo en cuenta el aumento de potencia de los reactores nucleares, y las previsiones resultaron aún peores; tanto que la revisión se mantuvo en secreto durante años, hasta que se promulgó una ley de transparencia que permitió a las asociaciones de consumidores acceder a ella. Sin embargo en 1.972 otro informe, esta vez dirigido por Norman Rasmussen del Instituto Tecnológico de Massatchusetts (el famoso MIT), calculó que la probabilidad de sufrir un accidente máximo en una central nuclear era de 1 en 1.000.000 de años; este trabajo sí que fue publicado enseguida y se utilizó como principal argumento contra quienes se oponían a las nucleares.

El informe Rasmussen fue duramente criticado y acusado de falta de rigor por científicos independientes e instituciones tan prestigiosas como la Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA). Según dichos cálculos, con las 435 centrales actualmente en funcionamiento, la probabilidad de un accidente máximo sería de 1 en 2.300 años... Pues bien, cuarenta y dos años después, la trágica realidad es que ha habido una media de 1 accidente máximo cada 15 años y 1 muy grave cada 7: Mayak, Windscale, Harrisburg, Chernobil, Tokaimura, Khushab, Fukushima I, III y IV.

Al principio, los promotores de la energía nuclear afirmaban que no podían haber accidentes graves porque se trataba de una tecnología moderna, con la máxima seguridad, y exhibían el informe del hombre del MIT para darse credibilidad. Después, cuando ocurrió el desastre de Chernóbil, dijeron que sólo podía pasar en la Unión Soviética porque su tecnología estaba muy atrasada. Y recientemente en el caso de Fukushima, en el país más tecnológico del mundo, le han echado la culpa al tsunami; pero con el historial de terremotos y tsunamis que tiene Japón, no considerar o infravalorar la posibilidad de un gran tsunami al construir las centrales nucleares a la orilla del océano fue un gravísimo error de la compañía eléctrica propietaria y del gobierno que otorgó los permisos. El triple accidente máximo, con tres reactores reventados y fuera de control, ha venido a subrayar lo que ya deberíamos haber aprendido: no hay obra humana sin error y en las centrales nucleares, con gigawatios de potencia, los errores pueden provocar grandes catástrofes.

También han habido accidentes graves en otros países y si no han desembocado en el máximo posible ha sido más por suerte que por la tecnología moderna. En España, por ejemplo, sufrimos el de Vandellós I en 1.989 y el reactor no reventó porque los bomberos se jugaron la vida y consiguieron enfriarlo con simples mangueras de agua; no obstante la central quedó tan malparada que tuvieron que clausurarla, en un proceso que se alargará hasta el 2.028 y más allá. Al final han resultado acertados los primeros informes, precisamente los más alarmantes y menos publicitados; el de Rasmussen no fue más que un informe de conveniencia para la industria nuclear y hoy está tan desacreditado que prácticamente nadie lo menciona.

Es cierto que las medidas de seguridad han ido aumentado conforme se producían los peores accidentes, sin embargo las centrales nucleares han ido envejeciendo, quedándose cada vez más anticuadas y desgastadas, lo cual incrementa la posibilidad de fallos y accidentes, especialmente en algunas como la de Garoña que tiene más de 40 años o la de Cofrentes con más de 30, caducadas ambas y esta última con prórroga de funcionamiento; de hecho, entre 1.997 y 2.006, las centrales españolas han sufrido una media de 60 incidentes notificables cada año. En definitiva, lo que mejoran por un lado lo empeoran por otro y los accidentes graves seguirán ocurriendo como hasta ahora; no podemos saber cuándo ni dónde va a ocurrir el próximo pero sí que volverá a ocurrir, probablemente durante esta década en algún país donde hayan muchas, viejas y mal cuidadas centrales nucleares.

La demostración más clara del peligro que suponen es el hecho de que ninguna compañía de seguros se atreve a asegurarlas a todo riesgo, porque en el caso nada improbable de un accidente máximo no podría hacer frente a todas las pérdidas y se arruinaría. Legalmente los propietarios son responsables de los daños que pueden producir sus centrales pero siempre de forma limitada, en una cuantía muy inferior a las pérdidas multimillonarias que acarrea el sumo accidente. En Fukushima, la Tokyo Electric Power Company (TEPCO) se ha declarado insolvente al no poder hacer frente a todos los costes de control y desmantelamiento de las nucleares accidentadas, más la descontaminación del territorio afectado, más las indemnizaciones a los damnificados, más el seguimiento médico, etc.; la solución ha sido nacionalizarla para que sea el Estado, con el dinero de todos los ciudadanos, quien pague las pérdidas (la historia de siempre: si hay beneficios son para unos pocos y si hay pérdidas son para todos los demás).

Respecto al sorprendente argumento de que las centrales nucleares son ecológicas, se refiere a que no emiten CO2 durante la generación eléctrica, pero el proceso nuclear es largo y han de considerarse todas sus etapas: la construcción de las faraónicas centrales, las actividades mineras para obtener el uranio, el transporte del mineral a las plantas de enriquecimiento y de éstas a las nucleares, la retirada y el reprocesamiento de los residuos, su almacenamiento final, el desmontaje de las centrales y la vigilancia de todo ello durante muchas generaciones; en cada una de esas etapas se utilizan máquinas pesadas y procesos que funcionan quemando toneladas de combustibles, de manera que la industria nuclear también emite grandes cantidades de CO2. Y aunque no lo emitan durante la generación eléctrica, no hemos de olvidar sus dos grandes problemas medioambientales sin solución: los accidentes que contaminan áreas extensas y los residuos radiactivos que generan durante su funcionamiento normal.

Porque cada central nuclear produce anualmente unas 20 toneladas de combustible fisionado de alta actividad y otras 250 de baja y media actividad. Uno de los peores residuos, el plutonio (Pu-239), tiene un período de semidesintegración de 24.360 años, es decir que resulta peligroso durante unos 500.000 años; y, según el Instituto de Investigación y Seguridad Nuclear francés, el Pu-239 es una de las sustancias más tóxicas que existen ya que basta con inhalar 10 miligramos para matar a una persona. Y no hay forma de desactivar artificialmente los residuos radiactivos, lo único que se puede hacer con ellos es encerrarlos en bidones de acero, almacenarlos en minas alejadas de las grandes urbes y esperar pacientemente durante miles de años...

Ésa es la solución actual, una estrategia que no resuelve el problema y lo remite al futuro, lo cual plantea una serie de cuestiones importantes: ¿Será posible mantener aislados los residuos nucleares durante los miles de años que resultarán peligrosos? ¿Qué pasará si no lo conseguimos? ¿Quién se hará responsable de ellos en el futuro? ¿Tenemos derecho a dejar esta herencia a nuestros hijos, nietos y quienes vengan después?

Por si fuera poco, las centrales y sus residuos, especialmente el Pu-239, permiten la proliferación de las armas nucleares, de hecho los primeros reactores se construyeron para producir los isótopos que necesitaban las fábricas de bombas atómicas. En la actualidad 10 países almacenan unos 20.000 misiles nucleares mucho más potentes que los de Hiroshima y Nagasaki, con los cuales podríamos destruirnos mutuamente todos los Homo sapiens (¿sapiens?) y llevarnos por delante a buena parte de la Biosfera. Además en Bosnia, Kosovo, Irak, etc., las tropas de EEUU han utilizado proyectiles de uranio empobrecido procedente de los residuos nucleares, un metal pesado tóxico y parcialmente radiactivo que al ser dispersado por amplias zonas daña la salud de sus pobladores durante muchos años.

Y respecto a lo barata que dicen que es la energía nuclear, la construcción de las centrales resulta tan cara que cuando comenzó el negocio algunas compañías, como la catalana FECSA, se endeudaron tanto que para evitar su quiebra el gobierno les permitió cobrar a los consumidores, en el recibo eléctrico, la inversión y los intereses que debían a los bancos. Hoy su coste se ha disparado por encima de los 3.000 millones de € por central y ya no se construye ninguna excepto donde algún Estado corre con los gastos o los subvenciona generosamente (en realidad el negocio radica más en la construcción que en la posterior explotación).

Hay que considerar, además, la posibilidad de accidentes como los de Chernóbil y Fukushima, cuyas facturas son astronómicas y distan mucho de haberse acabado, por otra parte ¿podemos medir en dinero las vidas humanas perdidas? ¿Y el dolor y la salud de varias generaciones? ¿Y los miles de km² de ciudades y tierras abandonadas por la contaminación? Incluso si no hay accidentes máximos, ¿cuánto costará mantener aislados y vigilados durante milenios los residuos radiactivos? ¿Cuánto costará desmantelar, soterrar y vigilar los reactores nucleares caducados? ¿Quienes lo pagarán? Y de nuevo, ¿tenemos derecho a dejar tan cara y peligrosa herencia a nuestros descendientes? Pues si valorásemos en dinero todas esas cuestiones, el kwh electronuclear resultaría mucho más caro que el actual; aunque lo verdaderamente racional sería considerar tales costes incalculables e inasumibles, por su tremendo impacto humano y ambiental.

Por tanto la energía nuclear no es segura porque origina accidentes muy graves, tampoco es ecológica porque ha contaminado áreas extensas y genera montañas de residuos radiactivos, ni mucho menos es barata porque los costes externos son demasiado grandes e hipoteca el futuro de muchas generaciones. Las tres afirmaciones eran erróneas, tan erróneas como haber optado por esta energía problemática y prescindible, que en 2.013 no supuso más que un 12% de la energía primaria consumida en España y podemos sustituir ya sin problemas por la eficiencia y el ahorro, capaces de reducir un 20% el consumo energético mejorando incluso la calidad de vida, y las energías renovables, que juntas suman ya un 14% del total.

En los países mediterráneos tenemos energía solar de sobra y los paneles fotovoltaicos han bajado de precio más de un 90% durante los últimos años, de modo que ahora están por debajo de 1 €/w pico y resultan económicamente viables incluso sin ayudas públicas (y sin el gravamen del peaje que quiere imponer el gobierno, tan absurdo que hasta la Defensora del Pueblo lo ha rechazado), además cada año tendrán mayor ventaja porque seguirán abaratándose mientras las convencionales se encarecen continuamente. Y los módulos termosolares, de calentar agua, hace tiempo que resultan mucho más baratos que la electricidad convencional, amortizándose en unos 4 años, después su energía es gratis. Éste es el futuro, no las centrales nucleares!

 

El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

 

 

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El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia

Rafa - 11/03/2015
Buen artículo.
Convendría resumirlo.
---En el tema nuclear lo único que es muy probable es que suceda algún percance, dado que hay demasiados factores en juego y muchos de ellos son de carácter humano. Y de quien es la decisión de lo que se hace con el cuerpo del planeta. ¿De una especie egoista, despilfarradora y cruel?.
---Es una energía muy insolidaria, dado que dejamos una carga a nuestros descendientes del orden de miles de años de vida que tienen los residuos radiactivos que se tendrán que tragar nuestros descendientes. Cuando nuestros hijos abran las manos para recibir el legado y les demos contaminación enfermedad y miseria. Cuando la esperanza de vida decrezca, debido a la insalubridad. ¿Que explicaciones les daremos?. Seremos como esos padres que avergüenzan a sus hijos.
---Es una energía que promociona el uso irracional de la misma, dado que cualquier uso no basado en límites de sostenibilidad es una hipoteca a futuro sobre nuestros descendientes. Una sociedad que quiere salvarse en el consumo. Un animal provisional inquilino de un planeta que por lo único que se diferencia del resto de animales es por su capacidad y decisión de terminar no solo con otras vidas sino con el propio planeta.

En otro orden de cosas, la mejora de las tecnologías aplicadas al aislamiento y ahorro energético son las únicas que no contienen contraindicaciones.
Mejorar en el uso y aprovechamiento de la energía solar y sus derivadas, así como la eólica, hidráulica, fotovoltaica termosolar y las que provienen del propio planeta como las geotérmicas, son sin duda las más baratas a largo plazo. Si como hombres blancos miramos el corto plazo, el planeta no llegará a viejo.
La lástima es que los políticos solo piensen en la inmediatez, en períodos de cuatro años, y desde esa perspectiva el planeta está condenado.

Por último, y en el mismo orden de cosas así explicaban los indios americanos su idea de la tierra en que vivimos.
Lástima que impusieramos nuestras ideas con lo erróneas que son, frente al débil aunque tuviera razón.

"El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.

¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.

Si no somos, dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán, ustedes comprarlos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo.

La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas. Los muertos del hombre blanco se olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas.

Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia."

Jose - 11/03/2015
Gran artículo de opinión. Completamente de acuerdo. Los intereses que hay detrás de las centrales nucleares son tan inmensos, que la vida de los seres humanos y del planeta no importan nada.

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