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EL SEIS DOBLE
viernes, 24 de abril de 2015
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 ¡Buenos y eternos días, Ibles!
Por: Xavier Cantera

A la memoria de Pedro Francisco Álvaro Errazu, profesional del CO La Ribera de Adispac


 
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Una opinión más

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Xavier Cantera

 

Cuando he querido escribir esta reflexión, he recordado que casi siempre se habla de la muerte como un viaje, como el tránsito de una situación a otra, de esta humana vida a otra realidad transcendente, de un silencio absoluto a un jolgorio de fiesta, de estar aquí a  viajar hacia alguna parte o destino desconocido y misterioso. Y recuerdo que muchas lecturas y pinturas han narrado o representado este viaje, camino o tránsito. Según la Mitología griega, Caronte era el barquero encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de una orilla a otra del río Aqueronte. Ya en la cultura egipcia, la muerte estaba considerada como un pasaje hacia una segunda vida y esto le daba un sentido positivo. Tras ella, el espíritu entraba en un mundo cósmico, en un más allá eterno e inmutable. Si el ser humano quería comenzar su segunda vida, era necesario que el cuerpo se reuniera con sus elementos espirituales y, para ese viaje, los alimentos eran indispensables, pues si faltaban, el alma tenía que vagar es su búsqueda. El dios solar era quien surcaba con su barca el firmamento durante el día, atravesando por la noche las doce regiones del mundo subterráneo de Osiris. En las distintas opciones filosóficas o religiosas se indican diferentes destinos de este viaje: Sobrevivir a la muerte mediante la encarnación del alma en otro cuerpo; Los pitagóricos y Platón pensaban que para evitar la trasmigración del alma, como un castigo, era preciso llevar una vida ética. Los budistas creen que las almas de las personas, entendidas como "sus alientos o sus "sombras", van a aparar a un reino de los muertos, de las sombras. Los estoicos piensan que, al morir, las personas inician un viaje de vuelta hacia de donde proceden, como una especie de depósito de la naturaleza. En la concepción católica se considera la muerte como un tránsito hacia la resurrección de los muertos. Cada cultura ha hecho suya una forma particular de entender ese destino del alma. Ya en el siglo VIII a. C., escuchamos hablar de la "Isla de los Bienaventurados" a la que viajan muchos héroes muertos, porque el alma se encamina al Hades sin llevar nada consigo más que su educación, su crianza y así comienza su viaje hacia allí. En la antigua mitología china, las personas que había llevado una vida ejemplar podían incorporarse a la administración celestial, como funcionarios de ciertos temas menores, de forma similar a cómo los santos cristianos ostentan puestos de categoría en el cielo. La concepción atea del camino hacia la inmortalidad se puede resumir en esta reflexión de Savater: "El individuo apuesta voluntariamente por lo que no muere, por aquello que colectivamente representa la negación de la muerte. El grupo social, a diferencia de los individuos, no puede morir". Una poesía de Gabriel Celaya, "Todos a una", ilustra bien esta idea: "Cada vez que muere un hombre, todos morimos un poco, nos sentimos como un golpe del corazón revulsivo que se crece ante el peligro y, entre espasmos, recompone la perpetua primavera con sus altas rebeliones. Somos millones. Formamos la unidad de la esperanza. Lo sabemos. Y el saberlo nos hace fuerte; nos salva". Esta dimensión colectiva, ecológica  y cósmica está bien representada por Noé en el episodio bíblico de su arca con la que atravesó, durante cuarenta días y cuarenta noches, las aguas hacia una tierra de esperanza. Siempre se ha vivido con la ilusión de pasar, de transitar, de viajar, de atravesar, de cruzar de una orilla a la otra, donde se encuentran la esperanza realizada del amor, la victoria sobre los elementos que esclavizan y el premio de un  paraíso para quienes han luchado hasta el final aunque no hayan ganado muchas batallas o ninguna. Es cierto, que algunos preparan sus exequias, otros sus últimas voluntades y hay quienes indican, incluso, el uniforme para el viaje. Pero, si exceptuamos a los que eligen la barca de Caronte para ese viaje o a los que se conforman con que "los ángeles los conduzcan al regazo de Abraham" ¿Cuantos preparan el modo de  pasar a la otra orilla? Pocos ¿Cómo ha pasado Pedro a la otra orilla? Lo tenía todo pensado y preparado, como buen profesional técnico y humano que fue siempre. Con la tirolina. Con una tirolina colectiva, compartida y de total amistad. Plagiando a Bécquer y recordando a su tierra de Soria, de tanta influencia también para el poeta, lo podemos expresar así: Dice el amor: " Yo soy sobre el abismo/ el puente que atraviesa/ yo soy la ignota escala/que une el cielo a la tierra./ Yo soy la tirolina/ que al Olimpo conduzco al atleta". Si guardamos silencio, oiremos la voz del "espíritu de Ibles", aumentada por un eco adornado con sus ceniza, que entre aquellas montañas, todas las mañanas, le contesta: ¡Buenos y eternos días, Pedro!

 

El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

 



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ArticulistasXavier Cantera
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Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia

Coque - 24/04/2015
Qué bó eres Xavi. Lo que ha conseguit Pedro és Gran, unir a tanta gent al voltant d'una ilusió, sense esperar res a canvit, transmitint tant bon rotllo sempre. Jo el vaig coneixer fa pocs anys, però sempre m'ha cautivat per la seua manera de ser, no coneixía l'egoisme, intentava pasar desapercebut i no ser centre d'atenció. I com tu dius ho tenía tot preparat i pensat des de aquell día en que es despedí de tots i va fer el repartiment de lo que més volía.
Un tio gran, i una pena no haver-lo pogut disfrutar molts anys.
"Siempre se van los mejores"

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