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EL SEIS DOBLE
lunes, 10 de septiembre de 2012
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 Estampas y recuerdos de Alzira (182)
Una historia forjada en hierro

Antonio Pina Payá ha ejercido durante toda su vida la profesión de herrero


 

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La herradura, forjada a mano o fabricada mecánicamente, se adapta al casco de los solípedos en el que se fija con clavos de cabeza especiales llamados clavos de herrar.

Consiste en una lámina metálica semicircular perforada con agujeros llamados claveras, destinados a alojar las cabezas de los clavos.

La herradura comprende: la lumbre, o parte delantera, que corresponde a la región anterior del casco; los hombros, situados a cada lado de la lumbre; las ramas o cuartas partes, y las extremidades, llamadas callos, que corresponden a los talones. Los ramplones, de mucha utilidad en las herraduras posteriores, consisten en unos repliegues o salientes en los calles, a modo de taconcillos. Las herraduras de los remos anteriores son de forma casi redonda y no llevan ramplones, mientras que las destinadas a los remos posteriores son mas alargadas. Las pestañas consisten en unas pequeñas láminas o lengüetas de hierro triangulares, dispuestas en las lumbres, en los hombros o en los remos, que sirven para dar mayor sujeción a la herradura.

La herradura de clavos está documentada, por vez primera, en manuscritos latinos y bizantinos del siglo IX. Sin embargo, no fue corriente hasta el siglo XII.

Hubieron muchos maestros herradores en Alzira, pero los que conocimos hasta no hace muchos años, en que con el avance de la mecanización del campo de nuestro término municipal, las caballerías fueron siendo, poco a poco, sustituidas por mas máquinas. En nuestra población, eminentemente agrícola, había casa que disponían hasta de dos carros con sus correspondientes caballerías. Recordamos que en la parte delantera superior izquierda de cada carro figuraba una placa de matrícula del Ayuntamiento y en aquella época se contabilizaban hasta tres mil vehículos de tracción a sangre.

En nuestro tiempo de vivencia en Alzira conocíamos las fraguas de los maestros herradores. A Rafael Vila, en la esquina de la calle Colón con Peris; en la plaçeta de la Malva al señor Ferrús que se había especializado en herrar bueyes introduciendo al astado para herrarlo en un cajón de madera llamado potro y en la calle de la Montaña -Avenida José Pau- estaba la de Edelmiro Moreno.

En 1950 llega a Alzira Antonio Pina Payá, experto maestro herrador y fragua enterado de que el señor Moreno traspasaba en negocio, por encontrarse enfermo, adquiriéndolo el señor Pina por la cantidad de seis mil pesetas.

Antonio Pina había nacido en la ciudad alicantina de Agost, en enero de 1910, y de muy joven, aún no contaba con catorce años, comenzó en Alicante la profesión de herrador y forjador. Más tarde, después de la Guerra Civil, donde fue maestro herrador de una Brigada Mixta de caballería, en 1942 se estableció en Gandía y más tarde en Alzira hasta su jubilación.

El hierro para fabricar las herraduras se proporcionaban del almacén de hierros de Miguel Mateu, de Valencia, y procedía, en aquella época de escasez de materia prima, de las planchas de los desguaces de los barcos que cortaban en tiras de unos cuatro o cinco centímetros de ancho. Antonio Pina con su fragua, yunque y martillo y con su oficial fabricaban las herraduras de distintos tamaños para los animales de su clientela -era como una zapatería, pero para cuadrúpedos- entre los que figuraban, entre otros, Juanito Redó, Bernardo Ferrandis y los tartaneros Gay, Bruno Butiñá, Boluda, Bono y el también popular Wiso. Pero el señor Pina no solo calzaba a los caballos y rossis sino que también fabricaba herramientas y aperos de labranza entre los que se encontraban las hoces para la siega y otras herramientas para la albañilería.

Recuerda el señor Pina que por una herradura para rossí, hacia pagar quince pesetas y doce o diez para mulos o borricos. En una ocasión ganó tres duros de plata en una apuesta fabricando en cuatro horas ochenta herraduras. Todo un record.

En la temporada de la siembra comenzaba el trabajo diario a las cinco de la madrugada teniendo ya encendida la fragua que alimentaba con carbón mineral que le aprovisionaba Carbones Brotesa, de Valencia, recibiendo el aire con un ventilador eléctrico que regulaba con un reostato.

Para ejercer la profesión y tener abierta la pequeña industria era preciso estar regentada por un veterinario; el señor Pina tenía dos: los recordados Joaquín Comins Martínez y Alejandro Torres Peñalver.

Existía cuando llegó Antonio Pina a Alzira tres caballos en el puesto de la Guardia Civil, de los que se cuidaba de herrar y al mismo tiempo también lo hacía gratuitamente al caballo que tiraba de la tartana del asilo de Hermanitas de Ancianos Desamparados de la calle San Roque, así como de afilar las hoces de este establecimiento benéfico, para que los ancianos segaran hierba para los animales domésticos que tenían.

La profesión de maestro herrador y forjador fue extinguiéndose y en Alzira, que tengamos conocimiento, solamente existe Antonio Micó, que cuenta con un equipo móvil para este menester y se dedica a herrar las caballerías, que como podemos comprobar al llegar el día de San Antonio desfilan bastante cantidad en la procesión que se realiza.

Antonio Pina Payá, a sus bien llevados ochenta y seis años, disfruta de su bien ganada jubilación recordando con sus compañeros del Hogar del Jubilado de la calle Escuelas Pías sus vivencias en la ciudad que le acogió hace más de cuarenta y cinco años, como un alcireño más.

La foto que acompañamos la hemos tomado en el Museo Municipal, rodeado de las herramientas con las que compartió  su vida, ya que las fotos donde trabajaba se las llevó la Pantanada.

Alfonso Rovira 12.04.1996


 

                          
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El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

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