El monte animado
Días de Pascua en la Montañeta y otros lugares
En estos días de Pascua no he podido resistir la nostalgia de visitar el lugar donde aún se encuentra -y se conserva igual que antaño- la pedra esbaraora y me he dejado caer por ella como lo hacía hace cincuenta años. Recordarán mis contemporáneos que el lugar donde se halla la referida piedra o losa de roca viva, forma para deslizarse, está al pie de la Montañeta del Salvador, donde mismo comienza el calvario. Eran tiempos donde de niños, al domingo de Pascua y días siguientes, nos desplazábamos con nuestros padres y amigos a la Montañeta para la merienda de la mona. No estaba aún la enorme explanada donde iba a ubicarse el Colegio de Salesianos, junto al Santuario de la Virgen de Lluch. Tampoco el grupo escolar de la Montañeta pero sí que residía tras el templo mariano, en el antiguo ermitorio del Salvador, la buena ermitaña, la señora Andrea Ceballos, la que siempre amablemente nos ofrecía la fresca agua de su pozo para calmar la sed que nos producía nuestras correrías y juegos en aquellos lugares.
Unos volaban la milotxa; otros jugaban a la pit a correr; otras, las niñas, a saltar la cuerda, mientras los demás hacían cola para echarse una y otra vez por la pedra esbaraora y al caer la tarde se reunían las familias a la sombra de un pino a berenar la mona, acompañada del huevo duro que nuestras madres habían cocido y dado color a su cáscara; unas veces verde, otras rojo y de otros colores. Nos sorprendíamos a la hora de romperlo con aquel dicho: ací en pica, ací en cou i ací trenque el ou, cascándolo en la frente del amigo que tenías más cercano.
Fueron transcurriendo los años y los más jóvenes se reunían aquellos domingos de Pascua en los huertos del término para la merienda, alquilando unas veces el gramófono con aquellos discos de pasta de 78 revoluciones a los que había que cambiar la aguja al artilugio reproductor. Más tarde aparecieron los pik-ups y los discos microsurco. Otros grupos contrataban, para amenizar el baile, a los acordeonistas Pepe Mascarell, el bolo; o Vicentet Sáez, también invidente como el anterior. Los dos procedían del ya desaparecido Quinteto La Sucro, que fue famoso en los años 30.
Con el tiempo, allá por la década de los 50, los jóvenes se agrupaban por peñas y así fue creada una de las más conocidas y recordadas -que por muchas indagaciones hechas, no hemos podido averiguar quién la fundó y el por qué de su nombre- como era la Peña chiquillo, que en esos días festivos conseguían reunir a cientos de parejas en distintos huertos ubicados en distintas partidas como la de Fracá, Vilella o en el entorno del Forn de Carrascosa, como nos mencionaba estos días Antonio Martínez, taxista alcireño que también formaba parte de aquella Peña.
Por distintas calles de la ciudad se podía ver en la calzada pintadas hechas con cal, en forma de flechas indicadoras, la ruta que había que seguir para desplazarse al lugar donde correspondía la celebración de la fiesta pascuera. Ya era otra época y la Peña Chiquillo para amenizar los bailes contrataba unas veces a la orquesta Serenade, con su cantor Bernardino y otras a la Ritter, con el vocalista Salvador Albuixech. Dos conjuntos de moda en la Ribera en aquellos años.
En algunas ocasiones tuvimos pascuas pasadas por agua. Entonces el remedio era el cine y así el Cervantes, Giner y Gran Teatro, sobre todo en la sesión de la tarde, tenían las salas repletas.
El paso de los años, los medios de transporte, los chalets en la montaña —entonces llamados serrallos—, los apartamentos en la playa... el boom de desplazarse a la Montañeta -no había mucho donde elegir-, quedó un tanto relegado. Pero podemos ver en estos días algún que otro pequeño, auxiliado de un mayor, intentando volar su milotxa si el viento le es favorable. Antaño estos catxirulos los fabricábamos en casa valiéndonos de unas cañas que obteníamos de la orilla del río, papel y una masa que conseguíamos con agua y harina para pegarla ¡Ah!, era indispensable calcular una buena cola para poder volarla bien y conseguir una buena altura.
Lo que no ha cambiado ni decaído, es el panquemao.
-La típica mona- la llonganisa i el ou acompañado de un buen encissam.
Alfonso Rovira – 10.04.1994
Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia
Molt bé l'article d'Alfonso. Jo també aniré a l'Homenatge que li van a fer el dia 23 de febrer a les 20 hores a la Casa de la Cultura i al posterior sopar en el seu honor, a les 22 hores, en la Sala Rex. S'ho mereix de totes, totes.
¡Qué buenos recuerdos me ha traido este artículo y eso que no soy tan mayor como las personas de la foto! Una pregunta Sr. Rovira: ¿existe aún la "esbaraora"?
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